EZEQUIEL MARTINEZ MADERNA
"UN JUEZ
DE PAZ CAUTIVO
DE CATRIEL" (*)
Nuestro relato se ubica en Tapalqué (o
Tapalquén), el heroico fortín de la frágil línea que trazara Rivadavia en 1826
para tratar de contener el peligroso avance de las indiadas que devastaban las
incipientes poblaciones y estancias que se aventuraban en el desierto.
Desde su fundación, hasta el 30 de agosto de 1876, fecha del último
malón que asoló la comarca, su historia está jalonada de hechos sangrientos que
conmovieron tanto a la opinión pública
como a las autoridades, cuyos recursos y resoluciones resultaban –sino
estériles casi siempre tardías e insuficientes: lo que era aprovechado por los
audaces caciques para consumar sus fechorías. La conquista del desierto no fue,
como se sabe, fácil ni rápida, sobre todo en la región que nos ocupa, y es
interesante y recomendable la lectura de la muy documentada historia de
Tapalqué (voz araucana de diferentes acepciones) para los que gusten ahondar
estos episodios de la dura vida de los fortines que luego se transformaron en
pueblos progresistas.
La historia que esbozaremos es verídica, y las sutiles discrepancias que
existen entre la tradición escrita por prestigioso vecino de Dolores don Pedro
M. Flores, dilecto amigo del protagonista de la aventura, y la mención formal y
documentada de don Ramón Rafael Capdevila en su libro sobre Tapalqué, no
invalidada para nada los lineamientos de este episodio de la lucha por la
civilización en el extenso territorio bonaerense, que da la pauta de la osadía
a que habían llegado los astutos caciques que asolaban la región.
Aquí permítaseme una acotación para destacar la importancia que tenía en
aquella época la figura y el cargo de Juez de Paz. Era la autoridad suprema,
mandaba al comisario de policía y hasta entendía en juicios criminales. No
olvidemos que Carlos Tejedor escribió al efecto, en 1861, un manual para dichos
funcionarios.
De ahí tal vez, como veremos, la violenta reacción de nuestro
protagonista en la emergencia, al verse atropellado en sus fueros y persona por
un puñado de indios.
Después de la caída de Rosas se procedió a renovar la Justicia de Paz en
todas las jurisdicciones, y después de otro funcionario, se designó para
Tapalqué, en 1854, a
don Ezequiel Martínez, hombre dinámico y decidido que sería protagonista de
hechos realmente notables.
Su acción se encaminó inmediatamente a realizar gestiones ante el
gobierno para tratar de que el incipiente pueblo fuera cambiado de lugar, hacia
la punta del arroyo del mismo nombre; tramitación que fue bien recibida y tuvo
el consabido éxito.
Así las cosas, en los primeros días del mes de mayo de 1855 Martínez y
otros ciudadanos viajaban en una tropa
de carretas, cuando fueron rodeados y amenazados por indios.
Este, al parecer, en el entrevero, y en un arranque de indignación mató
a un salvaje de un pistoletazo. Lejos de intimidarse, los bárbaros a su vez se
cebaron en algunos de los cristianos de la comitiva, matando a cuatro de ellos
y llevándose prisioneros al juez de paz y a los vecinos que lo acompañaban de
apellidos Delgado, García y Saavedra; pudiendo salvar la vida otros cinco,
picadores de las carretas, escondiéndose entre los pajonales. Luego del saqueo
consabido de los carruajes, Martínez y sus compañeros fueron conducidos a
través del desierto a lejanas tolderías.
Antonio G. del Vall, en “Recordando el pasado” (Campañas por la
Civilización), dice al respecto: “El Juez de Paz señor Martínez fue llevado
cautivo por los indios, juntamente con un muchacho Antonio Galeano y otros,
residiendo algún tiempo en los toldos de los indios chilenos hasta que lograron
fugar: llegando a Valdivia y de allí siguieron hasta atravesar la cordillera,
viniendo a la provincia de San Juan, y más tarde a Buenos Aires.
“Muchos años después hemos conocido en la ciudad de Dolores al señor
Martínez, jefe de conocida y honorable familia de ese apellido en dicha
localidad”.
Según don Pedro M. Flores, fueron puestos bajo custodia del lenguaraz de
Calfucurá, Mariano Molina, conocido como el indio Molina. Una noche, Delgado,
hombre de confianza de Martínez, amparándose en las sobras, pudo fugar y
comunicar a la madre de este que todos estaban vivos y desvirtuar los rumores
que circularon desde los primeros momentos del secuestro de que los prisioneros
habían sido pasados a degüello.
Se sucedían así las jornadas de duro cautiverio; las gestiones oficiales
y oficiosas para la liberación de los importantes prisioneros se dilataban. A
pesar del interés demostrado por el ministro de guerra Bartolomé Mitre y del
gobernador Pastor Obligado, que debieron acudir a cartas, obsequios y demás
prebendas, entre ellas, chinas prisioneras, para lograr su cometido.
Según Capdevila el cautiverio se prolongó por dos meses y Martínez fue
puesto en libertad cuando a Catriel – frío y calculador – le convino.
Por el contrario, don Pedro M. Flores epiloga su relata en forma más
novelesca y aventurera, contando que un día Exequiel abordó a Molina para
decirle, sin ambages, que lo salvara, a lo que el lenguaraz respondió, mas o
menos así:
–Yo lo haría señor, pero ante todo es necesario que usted me salve
también, no solo a mí sino a mi mujer y mis hijos, porque de otra manera, al
huir nosotros dos y dejarlos a ellos, al otro día los degollarían a todos.
Además, en caso de salvarnos, espero que usted. nos proteja en el futuro.
– Se lo prometo –,
contestó don Exequiel – puede usted estar tranquilo.
Molina preparo todo para la fuga, que, sin pérdida de tiempo, debía
verificarse esa misma noche. A tal fin apartó buena caballada, eligiendo la
mejor, que el conocía perfectamente. Realizados los simples preparativos
salieron sigilosamente amparados por la oscuridad de la noche, marchando en la
siguiente forma: don Exequiel traía por delante, en el recado, una indiecita, y
además, otra en el anca, la mujer de Molina llevaba otra chica, a la cuarta, le
hicieron con paja unos bastos para armarle un recado y la ataron con un maneador
en él, cabalgando en un petizo que era hijo de la yegua madrina y que por estas
circunstancias lo seguía. El indio Molina iba adelante del grupo arreando la
tropilla y cuando los caballos empezaban a aflojar, los cambiaba
inmediatamente, siguiendo así, sin pérdida de tiempo, a un paso muy rápido. De
ese modo marcharon durante cuatro días y cuatro noches, sin descanso y aún sin
comer, hasta el amanecer del último día. Molina hizo alto para reunirlos a
todos luego apeándose, se inclinó y besó el suelo en acción de gracias al
Todopoderoso que los había salvado, dirigiéndose a don Exequiel, le dijo:
– Pisamos tierra de cristianos, estamos salvos.
Emocionado, el señor Martínez lo abrazó, y la india y sus hijas
abrazaron y besaron a su vez a don Exequiel. Enseguida, el indio y el cristiano
encendieron un yesquero para prender y fumar pacíficamente un cigarro.
No sabemos desde que punto fijo habían partido, pero sin duda, la
toldería debería encontrarse muy distante, recostada del lado de la cordillera,
pues de otra manera no se explicaría el hecho de haber empleado cuatro días y
cuatro noches en una marcha forzada a caballo y con una excelente tropilla.
El juez de paz se dirigió luego a Tapalqué y retomo sus funciones.
Cumpliendo su compromiso, mando a Molina y a su familia a Buenos Aires, a casa
de la madre. Pero
el baqueano pronto regreso al lado de don Exequiel, dejando a los suyos bajo el
amparo y protección de la señora madre de Martínez. [como dato curioso, en el
censo de 1855 podemos ver que con ella vive la niña Matilde Molina,
de 7 años de edad]. Esta no se limitó a mantenerlas y vestirlas, sino que las
hizo educar, mandándolas a la escuela, donde recibieron cierta ilustración. Más
tarde se convirtieron en bellas señoritas, y las cuatro se casaron
ventajosamente.
Como dijimos, Molina regresó a Tapalqué, junto a don Exequiel a quien,
como entretenimiento, le enseñaba la lengua pampa, motivo por el cual Martínez
llegó a dominarla. Un día el lenguaraz se sintió enfermo, y como no había
hospital en el pueblo,
don Exequiel lo llevo al Azul, donde a los pocos días falleció, según se
supone, de un ataque cardíaco. Así termino la existencia accidentada y noble
del lenguaraz de Calfucurá, que si bien expuso su vida y la de familiares para
devolver la preciada libertad al juez de paz, éste a su vez cumplió con
largueza su promesa, asegurando para siempre el bienestar de su salvador y de
los suyos.
Martínez fue reelecto para 1856 como Juez de Paz, cumpliendo sólo parte
de su mandato, ya que después pasó a Las Flores, donde fue oficial del
Regimiento de la Guardia Nacional.
Años más tarde se radicó en Dolores, donde desempeño
nuevamente en 1878 y 1880, funciones judiciales legas, y el cargo de
Comisionado Municipal; fundando una familia de hondo arraigo al contraer enlace
con doña Maura Requejo. Su hijo Ezequiel Deogracias, fue intendente municipal
en dos oportunidades y concejal; ejerció como martillero público, estableciendo
una importante casa de remates de hacienda que aún hoy atienden sus descendientes.
Al memorar esta pequeña historia lugareña, lo hacemos pensando en sus
protagonistas y relatores, especialmente en don Pedro M. Flores, espíritu
generoso y figura patriarcal, que puso empeño, hace más de medio siglo, en la
difusión de esto sucedido, sin otro interés que su acendrado amor al terruño, a
la historia y a la amistad.
(*) Rolando Dorcas Berro, diario “La Prensa”
de Buenos Aires, domingo 27 de diciembre de 1981, Sección literaria, p. 6.
D. Ezequiel Francisco Martínez Maderna, nació en Buenos Aires el 9 de abril
de 1827 y fue bautizado el 20 de abril de 1827 en la Iglesia Catedral de Buenos Aires. Murió en Dolores el 12 de diciembre de 1897 en su vivienda de la calle Buenos
Aires Nº 65. Había casado el 3 de julio de 1860 en la parroquia
San Miguel Arcángel de Buenos Aires con Da. Maura
del Corazón de Jesús Requejo Tobal, nacida el 27 de julio de 1835 y
bautizada el 3 de agosto de 1835 en la Parroquia de Nuestra Señora de Monserrat, hija de José Benigno Requejo
y de Da. Catalina Tobal.
La ascendencia de D. Ezequiel Francisco Maderna puede verse en ¨Los Martínez Maderna¨ https://pilarenlahistoria.blogspot.com/2015/10/martinez-maderna-por-aldo-abel-beliera-d.html
¨Francisco
Justo Maderna Un mártir en la defensa de Buenos Aires en 1807¨
https://pilarenlahistoria.blogspot.com/2015/09/francisco-justo-maderna-un-martir-en-la_19.html