Un acontecimiento religioso de trascendencia del cual se tiene conocimiento dentro del territorio de lo que hoy constituye el partido del Pilar, fue el acaecido en el año 1630 en la estancia de D. Diego Rosendo de Trigueros en las proximidades del río Luján, cuando sucedió el milagro de las carretas que trasladaban entre otras cosas dos imágenes de bulto.
Una de las carretas que transportaban las imágenes quedo detenida y sin querer andar por obra de una fuerza misteriosa contra la que nada pudieron las dos yuntas de bueyes que la arrastraban. Se bajaron las vírgenes y la carreta anduvo; se volvieron a subir las imágenes y la carreta de nuevo quedó inmovilizada, intentaron probar dejando una y la carreta pudo andar.
El primer relato sobre el milagro pertenece al R. P. Pedro Nolasco de Santamaría y fue escrito en 1737. En su relación, adaptada a escritura moderna, cuenta este Sacerdote: "certifico haber oído al difunto mi padre, a mi bisabuela y a otras personas del pago" [...] "un portugués, vecino de Córdoba, que fundó la hacienda de Sumampa, pidió a un paisano suyo le trajese del Brasil una pequeña imagen de la Concepción, para colocar en una Capilla, que estaba fabricando en dicha su hacienda; y que con este encargue le remitieron a un mismo tiempo dos; las cuales encajonadas cargó en su carretón".
Nuestra Señora de Sumampa Virgen de Luján en su contextura original
El viaje desde el puerto de Buenos Aires se cumplió sin tropiezos hasta el río Luján, cerca del cual hizo noche el portugués dueño de las Imágenes. El lugar elegido fue la estancia de otro portugués "un paisano suyo llamado fulano Rosendo".
"Queriendo proseguir su viaje, uncidos los bueyes por la mañana, no pudieron mover dicho carretón; por cuya causa lo volvieron a descargar, y entonces se movieron los bueyes sin ninguna dificultad; y admirados todos de este prodigio le preguntaron qué llevaba en la carga, que allí se había descargado, que pudiera servir de impedimento a su viaje; y él respondió que no llevaba cosa de impedimento, antes sí dos Imágenes para darle culto; y determinaron se embarcasen en el carretón los dos cajoncillos de las Imágenes; e hiciesen caminar el carretón; y se hallaron con el impedimento primero, a que empezó a exclamar el devoto portugués a la Virgen Santísima que bien sabía el efecto, para que la llevaba, que era para colocarla en la capilla que en su nombre tenía fabricada; y persuadiéndole a que sacase él un cajón y dejase el otro, probaron a que caminase el carretón, y no se pudo mover de su lugar; volvieron a hacer la diligencia de sacar el cajón, que había quedado y cargar el que habían bajado; y entonces se movió dicho carretón, sin impedimento alguno, quedando el dueño muy contento con la Imagen que se llevó, dejando la otra en el paraje, donde le mostraba quererse quedar".
En ese paraje, hoy localidad de Villa Rosa, Pilar, quedaría por muchos años una de estas réplicas entronizada en una ermita bajo la custodia de un humilde negro esclavo llamado Manuel, donde acudían los lugareños a ofrendar su devoción.
Según la historia de la virgen de Luján, permaneció allí hasta 1671, año en que la santa imagen fue adquirida por Da. Ana de Matos, quien la trasladó a su vivienda sita en el actual pueblo de Luján. Del traspaso de la virgen de la Purísima Concepción, llamada así en esos tiempos, tenemos el testimonio del R. P. Felipe José Maqueda "... como el trecho era largo, no menos de cinco leguas españolas, no fue posible llegasen los de la procesión el mismo día, por lo que entrada la noche todos hicieron estación en la Guardia Antigua que estaba en tierras de Pedro Rodríguez Flores" [...] "al salir el sol, se prosiguió la marcha con soldados de la guardia hasta llegar a la casa de la expresada señora" (12).
En efecto los feligreses tomaron el camino real o viejo y la caravana se detuvo en la guardia, que se hallaba instalada en la zona donde posteriormente se formaría un reducido caserío conocido como "Pilar Viejo". Ubiquemos hoy la guardia en el Km. 57 de la ruta 8 y el acceso Panamericano como una referencia adicional (13).
En el año 1663 el gobernador José Martínez de Salazar había mandado cerrar este paso fronterizo, motivo que llevó a muchos investigadores confundirlo con el existente en el Paso de las Carretas (14), cercano al camino nuevo, actual ruta 7, y próximo al lugar donde años más tarde se levantaría la villa de Luján. Sin embargo, los hechos demuestran que este sendero antiguo seguía siendo utilizado para comunicarse con otros pueblos de la campaña de Buenos Aires y de las provincias de Santa Fe y Córdoba.
La orden de cerrar definitivamente el camino viejo y disponer que todo tráfico al norte transitara por el camino nuevo tenía por objeto un mejor control de las rutas y vigilancia del contrabando. La disposición contenía como advertencia la aplicación de severas penas aduaneras ante su incumplimiento, pero la orden fue desobedecida principalmente por los mercaderes de contrabando.
El puente que permitía cruzar el río Luján también era paso obligado de aquellos pobladores que tenían sus estancias en la vecindad y la explicación de construir años después el Fuerte de la Concepción a escasos quinientos metros de la otra banda del río Luján, reafirma aun más la suposición de que el tránsito por este acceso no fue interrumpido y de haberlo sido fue momentáneo.
Algunos escritores aseguran que los soldados que custodiaban la guardia eran aragoneses, no tenemos noticias de ellos pero es muy posible que esta presunción sea cierta, pues algunos de los habitantes radicados en el Pilar Viejo eran naturales de esa región española. El descubrimiento de la Guardia Antigua descarta la teoría de quienes afirman que estas personas provenían del Fuerte de la Concepción, cuya construcción se frustró después de haberse levantado los montículos de tierra para dar comienzo a esa fortaleza.
La obra del emplazamiento del fuerte se inició después del mes de noviembre de 1671, luego de que el gobernador Martínez de Salazar, veterano de las guerras europeas, reconociera, eligiera el sitio y dispusiera trazar las líneas y abrir las zanjas, dando así principio a cavar y sacar tierra de los fosos con quinientos indios guaraníes de las doctrinas del Paraná y Uruguay que se hallaban a cargo de los Padres de la Compañía de Jesús. Cuatro meses de comenzados los trabajos estos fueron interrumpidos y no hay constancias de su continuación.
Un año después, el 8 de diciembre de 1672, Salazar preocupado por las constantes invasiones de los indígenas que atacaban, mataban y robaban a los pobladores españoles radicados en la campaña, enviaba al rey de España un informe sobre la conveniencia de construir un fuerte en ese paraje para defensa y seguridad, además entendía que el sitio elegido era un punto estratégico para impedir que los indios pampas y otra cualquier invasión enemiga cruzaran el río Luján y avanzaran hacia el puerto de Buenos Aires.
En efecto el maestre de campo Martínez de Salazar previniendo un posible ataque y ocupación de la ciudad de Buenos Aires por fuerzas extranjeras y por lo tanto evitar a toda costa que el atacante pueda obtener recursos de la zona del interior y tomar contacto con los indios “pampas y serranos”, quienes con tal de causar daño a los españoles no titubearían en suspender sus conflictos y aliarse al enemigo extranjero, estima necesario organizar la defensa en líneas interiores, para lo cual aprecia con acierto que el punto estratégico más adecuado se encuentra en la margen izquierda del río Luján, en proximidad del camino a Córdoba del Tucumán, donde podía recibir refuerzos así como de Santa Fe y Paraguay. Por tanto el río representaría un importante obstáculo para el avance y penetración del invasor, dificultaría su contacto con los indios hostiles a los españoles, así como el paso del ganado de toda clase que los hombres de Salazar procederían a reunir, concentrándolo en el “rincón o ensenada que forma la tierra con el Paraná de más de 8 o 10 leguas”, mientras que la fortificación, además de contener al invasor extranjero aprovechando el obstáculo del río, contribuiría al rechazo de los indios serranos procedentes del oeste, impidiéndoles el enlace con los invasores.
Evidentemente, el fuerte del Pilar, armado y guarnecido en regla, debía constituir una barrera segura contra cualquier invasor que procedente de Buenos Aires, tratara de forzar el paso, y mientras cerrase el camino a todo abastecimiento de víveres, tal ejército se vería enfrentado a múltiples dificultades para subsistir, viéndose obligado a reembarcarse en término perentorio.
Es menester tener en cuenta que esto ocurre en el año 1671, vale decir, en un momento en que no existía núcleo de población alguno en ese sitio, ya que las primeras referencias a la ubicación de la primitiva población del Pilar, corresponden a principios del siglo XVIII. Además, Martínez de Salazar titula su proyecto: “Plactica y Dispossición para hacer el fuerte de Santa María de la Concepción del Río de Luxán, diez leguas del Puerto de Buenos Ayres para los efectos que se contienen en el discurso antecedente”. Vemos, por consiguiente, que no existe coincidencia en el nombre de la Virgen a la cual están consagrados, respectivamente, el fuerte y la capilla, tan inmediatos entre si especialmente, pero entre el origen de los cuales media, evidentemente, un intervalo temporal bastante importante.
El haber creído en la contemporaneidad del fuerte y la capilla o población indujo a pensar en una equivocada concepción estratégica en cuanto a la ubicación del fuerte, dado que entre la población y el fuerte se encontraba el río, con lo cual el obstáculo representado por el curso de agua hubiera sido una traba más para el defensor que para el atacante.
Salazar para llevar a cabo la obra señala que se necesitarían 150 indios efectivos por el tiempo de duración de los trabajos, cuyo plazo considera de un año, y luego con menos indios se mejoraría y perfeccionaría. Pensaba obtener estos indios maloqueándolos de y sacándolos de las Pampas , puesto que nunca habían podido ser reducidos, ni adoctrinados, ni reunidos en pueblos, destacando que su manutención implicaría poco gasto dada la abundancia de ganado, su principal alimento. Los indios se repartirían en 5 escuadras de 30 cada una, a cargo de un “reformado” y 4 soldados encargados de su asistencia y distribución de comida y trabajo. Cada uno de estos cuerpos tendría a su cargo una cortina, y un baluarte con un tapial y los bueyes necesarios para el acarreo de tierra de las tapias y transportar la del foso a los terraplenes con lo cual se trabajaría simultáneamente en la fortificación por cinco partes distintas (15).
El ancho del foso sería de 45 o 50 pies (unos 12,5 o 14 m.), 15 pies de profundidad (unos 4,20 m.), y la cuneta central del foso, 10 pies de ancho y 10 de profundidad (unos 2,80 por 2,80 m., respectivamente, considerando el antiguo pie de Castilla de 28 cm., más o menos). La falsabraga o muro bajo edificado delante del principal, tendría un ancho desde el pie de la muralla al de la banqueta del parapeto, de 15 pies (4,20 m.), la banqueta 3 pies (unos 85 cm.) por pie y medio (0,42 cm.) de alto; ancho y alto del parapeto, 5 pies (1,40 m.), etc. El grosor de la muralla sería de 30 pies (unos 8,40 m.) por 15 de alto (4,20 m.). Los cuarteles, cuerpo de guardia y almacenes se harían arrimados a la muralla interior (15).
En consecuencia, el fuerte contaría con cinco baluartes, cada uno con dos o tres troneras para la artillería en cada uno de los fuertes, y otra en cada través. Se necesitarían un maestro herrero, un maestro y dos oficiales de albañilería, dos maestros y dos oficiales carpinteros, para las distintas obras del fuerte, que Martínez de Salazar sugiere sean enviados de España, comprendidos entre los soldados de dotación, dado que los que existen en Lima y Chile son muy difíciles de traer y además pretenden ganar cinco pesos los maestros y tres los oficiales “mientras que si se trata de soldados con algo que se agregue a sus sueldos trabajarían gustosos y serán efectivos como la experiencia lo ha mostrado en las obras que han hecho”.En cuanto a herramientas, señala que se necesitarán 500 azadas, 500 palas y 250 picarañas (15).
A los fines de reforzar la guarnición de Buenos Aires, Martínez de Salazar procedió a hacer bajar de las misiones del Paraná y del Uruguay, además de cierto número de españoles, a 500 indios guaraníes para emplearlos en operaciones bélicas por su probada lealtad y aptitudes guerreras. Es de presumir que la presencia de tan grande número de indios en la ciudad debía crear ciertos problemas al gobernador, teniendo en cuenta la escasa cantidad de personas de sangre más o menos europea, por tanto para no tenerlos inactivos y de acuerdo con sus planes resuelve iniciar directamente las obras de construcción del fuerte, utilizando la mano de obra proporcionada por estos indios.
Los trabajos tuvieron una duración de cuatro meses al cabo de los cuales debido a su precaria salud, el gobernador solicita autorización para retornar a España y en consecuencia, propone a la reina que el sucesor designado siguiera los trabajos. Pasa el tiempo y la construcción no se realiza, pero quedaron como vestigio cinco montículos, eran los restos de las excavaciones y del levantamiento de los terraplenes, hoy desaparecidos por haberse utilizado la tosca hace años atrás para la construcción del country de Javier Bargalló.
De este fuerte hay bastante documentación. Pedro de Lozano, religioso de la Compañía de Jesús, escribía por 1750 "... que los 500 soldados traídos por Salazar y acuartelados el río de Luján, a distancia de diez leguas del Puerto, se mantuvieron los dos últimos meses de 1671 y los dos primeros del siguiente, asegurando aquellos parajes contra las avenidas de los bárbaros, que viendo penetrados sus designios se retiraron al asilo de sus tierras y cesó el común peligro por la tierra como por agua..." (16).
Félix de Azara también habla del fuerte y cuenta haber visitado esta ciudadela en Pilar. Así se expresa: "Eligieron el sitio, llamado hoy los Cerrillos; y construyeron el Fuerte de tapias con su foso, cuyas ruinas yo he visto" (17).
Este lugar es conocido por el nombre "Los Cerrillos del Pilar", se encuentra muy próximo a la ruta 8 (Km. 61) y al acceso que conduce a la localidad de Manzanares. Los rieles del Ferrocarril General Urquiza dividen por su parte media el sitio donde se pensaba construir el fuerte; los montículos, denominados “Cerrillos” A, B y C, antes de su destrucción, quedaron hacia el Norte y los D y E hacia el Sur (ver plano). A corta distancia discurre el río Luján, sobre cuya margen izquierda y a unos 250 metros del puente ferroviario del Ferrocarril Urquiza se hallaban los cinco cerrillos del proyectado fuerte.
En los años 1968 y 1969, alumnos del Seminario de Arqueología Americana y de otras áreas técnicas de investigación, dirigidos por el Suboficial Mayor (R. E.) Osvaldo Chiri, Licenciado en Ciencias Antropológicas, apoyado por otros profesores colegas y ayudantes de cátedra, realizaron excavaciones en el lugar encontrando algunos fragmentos de huesos de animales, seguramente vacunos, algunos con huellas de trozado que sin duda eran residuos de alimento de los trabajadores y tiestos de cerámica indígena y Talavera de la Reina del siglo XVI, de evidente manufactura europea. Otros restos óseos hallados correspondían a equinos y algunos dientes atribuibles a perros. Este último hallazgo fue muy importante puesto que con anterioridad a la llegada de los españoles no existían perros indígenas en esta zona del país, de manera que todo resto de este tipo implica categóricamente un asentamiento parahispánico o posthispánico, como lo determinan también los restos de vacunos o equinos (18).
En 1969 el montículo ”A” había sido prácticamente demolido dejando solamente el núcleo con las raíces de un ombú en la cima, ahondándose unos 3 metros con relación a la superficie del terreno. Las topadoras no tuvieron piedad y sigueron arrasando los demás montículos, destruyendo de esta forma un monumento histórico; una reliquia de nuestro pasado colonial, cinco cerros testigos del nacimiento del pueblo nuevo y viejo del Pilar que habían permanecido durante 300 años y fueron borrados en un momento de su historia.
Bibliografía, documentación consultada y notas.
Consultar.
continúa capítulo III.-